IMPRESION DE LAS LLAGAS A SAN FRANCISCO DE ASIS-17 DE SEPTIEMBRE

EL AMADO PRODUCE AMOR

IMPRESION DE LAS LLAGAS A SAN FRANCISCO DE ASIS-17 DE SEPTIEMBRE

LA IMPRESION DE LAS LLAGAS A SAN FRANCISCO

Cada año, esta Fiesta me sigue impresionando. Y aunque este año por caer en Domingo, no la hemos celebrado litúrgicamente, si lo hemos hecho en el corazón. Con ello he recordado el himno de Laudes de esta Fiesta, aquellos versos en los que hablan de San Francisco unido a Jesús.

«…Cinco señales divinas llevan de Cristo la marca,
nuevo lenguaje de amor que Dios por Francisco habla…»

Relatamos las palabras de San Buenaventura sobre lo que ocurrió en un día como este en que San Francisco se retiró a orar.

«Así, dos años antes de entregar su espíritu a Dios y tras haber sobrellevado tantos trabajos y fatigas, fue conducido, bajo la guía de la divina Providencia, a un monte elevado y solitario llamado Alverna. Allí dio comienzo a la cuaresma de ayuno que solía practicar en honor del arcángel San Miguel, y de pronto se sintió recreado más abundantemente que de ordinario con la dulzura de la divina contemplación; e, inflamado en deseos más ardientes del cielo, comenzó a experimentar en sí un mayor cúmulo de dones y gracias divinas. Se elevaba a lo alto no como curioso escudriñador de la majestad divina para ser oprimido por su gloria (Prov 25,27), sino como siervo fiel y prudente, que investiga el beneplácito divino, al que deseaba vivamente conformarse en todo.

Conoció por divina inspiración que, abriendo el libro de los santos evangelios (2), le manifestaría Cristo lo que fuera más acepto a Dios en su persona y en todas sus cosas. Después e una prolongada y fervorosa oración, hizo que su compañero, varón devoto y santo, tomara del altar el libro sagrado de los evangelios y lo abriera tres veces en nombre de la santa Trinidad. Y como en la triple apertura apareciera siempre la pasión del Señor, comprendió el varón lleno de Dios que como había imitado a Cristo en las acciones de su vida, así también debía configurarse con Él en las aflicciones y dolores de la pasión antes de pasar de este mundo.

Y aunque, por las muchas austeridades de su vida anterior y por haber llevado continuamente la cruz del Señor, estaba ya muy debilitado en su cuerpo, no se intimidó en absoluto, sino que se sintió aún más fuertemente animado para sufrir el martirio. En efecto, en tal grado había prendido en él el incendio incontenible de amor hacia el buen Jesús hasta convertirse en una gran llamarada de fuego, que las aguas torrenciales no serían capaces de extinguir su caridad tan apasionada (Ct 8,6-7).

Elevándose, pues, a Dios a impulsos del ardor seráfico de sus deseos y transformado por su tierna compasión en Aquel que a causa de su extremada caridad, quiso ser crucificado: cierta mañana de un día próximo a la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz (3), mientras oraba en uno de los flancos del monte (4), vio bajar de lo más alto del cielo a un serafín que tenía seis alas tan ígneas como resplandecientes. En vuelo rapidísimo avanzó hacia el lugar donde se encontraba el varón de Dios, deteniéndose en el aire. Apareció entonces entre las alas la efigie de un hombre crucificado, cuyas manos y pies estaban extendidos a modo de cruz y clavados a ella. Dos alas se alzaban sobre la cabeza, dos se extendían para volar y las otras dos restantes cubrían todo su cuerpo.

Ante tal aparición quedó lleno de estupor el Santo y experimentó en su corazón un gozo mezclado de dolor. Se alegraba, en efecto, con aquella graciosa mirada con que se veía contemplado por Cristo bajo la imagen de un serafín; pero, al mismo tiempo, el verlo clavado a la cruz era como una espada de dolor compasivo que atravesaba su alma.

Estaba sumamente admirado ante una visión tan misteriosa, sabiendo que el dolor de la pasión de ningún modo podía avenirse con la dicha inmortal de un serafín. Por fin, el Señor le dio a entender que aquella visión le había sido presentada así por la divina Providencia para que el amigo de Cristo supiera de antemano que había de ser transformado totalmente en la imagen de Cristo crucificado no por el martirio de la carne, sino por el incendio de su espíritu. Así sucedió, porque al desaparecer la visión dejó en su corazón un ardor maravilloso, y no fue menos maravillosa la efigie de las señales que imprimió en su carne.

Así, pues, al instante comenzaron a aparecer en sus manos y pies las señales de los clavos, tal como lo había visto poco antes en la imagen del varón crucificado. Se veían las manos y los pies atravesados en la mitad por los clavos, de tal modo que las cabezas de los clavos estaban en la parte inferior de las manos y en la superior de los pies, mientras que las puntas de los mismos se hallaban al lado contrario. Las cabezas de los clavos eran redondas y negras en las manos y en los pies; las puntas, formadas de la misma carne y sobresaliendo de ella, aparecían alargadas, retorcidas y como remachadas. Así, también el costado derecho -como si hubiera sido traspasado por una lanza- escondía una roja cicatriz, de la cual manaba frecuentemente sangre sagrada, empapando la túnica y los calzones.

Viendo el siervo de Cristo que no podían permanecer ocultas a sus compañeros más íntimos aquellas llagas tan claramente impresas en su carne y temeroso, por otra parte, de publicar el secreto del Señor, se vio envuelto en una angustiosa incertidumbre, sin saber a qué atenerse: si manifestar o más bien callar la visión tenida.

Por eso llamó a algunos de sus hermanos, y, hablándoles en términos generales, les propuso la duda y les pidió consejo. Entonces, uno de los hermanos, Iluminado por gracia y de nombre, comprendiendo que algo muy maravilloso debía de haber visto el Santo, puesto que parecía como fuera de sí por el asombro, le habló de esta manera: «Has de saber, hermano, que los secretos divinos te son manifestados algunas veces no sólo para ti, sino también para provecho de los demás. Por tanto, parece que debes de temer con razón que, si ocultas el don recibido para bien de muchos, seas juzgado digno de reprensión por haber ocultado el talento a ti confiado» (5). Animado el Santo con estas palabras, aunque en otras ocasiones solía decir: Mi secreto para mí (Is 24,16), esta vez relató detalladamente -no sin mucho temor- la predicha visión; y añadió que Aquel que se le había aparecido le dijo algunas cosas que jamas mientras viviera revelaría a hombre alguno.

Se ha de creer, sin duda, que las palabras de aquel serafín celestial aparecido admirablemente en forma de cruz eran tan misteriosas, que tal vez no era lícito comunicarlas a los hombres.»

Os deseamos una Feliz Fiesta en este día tan precioso para toda la Orden Franciscana.

Nosotras desde esta pag web lo celebramos especialmente este Año, porque hace 20 años, en un día como hoy, se inició la conversión. Una aventura que no deja nunca de sorprendernos. Hoy estamos de Fiesta. El próximo 4 de Octubre celebraremos estos 20 años, con la Presentación del Cd: «Ve, Francisco, Repara.»