Oración

EL AMADO PRODUCE AMOR

Oración

ENTRAR EN EL DESIERTO-REMONTAR A LA FUENTE
¿Qué es adorar a Dios? ¿Lo sabemos, en verdad, por experiencia, o solamente podemos dar una respuesta aprendida de memoria? Adorar a Dios es ponerse en su presencia; en el fondo, la adoración es un gesto de atención para con Dios. Reconocemos que Dios Creador está ahí, presente, que nos ama, que crea actualmente nuestra alma y nos ponemos en sus manos, queremos ponernos en su presencia. Ahora bien, no podemos estar en presencia de Dios fuera de la adoración. Adorar es volver a la fuente.

…Péguy dice: “la mayoría de los hombres van río abajo. Hasta los cadáveres van río abajo”. Es cierto, para bajar el río no es necesario tener vida, el peso natural basta. En ello consiste la “espiritualidad” del que se deja llevar por la corriente. Cuando le pregunten a alguien por qué actúa de tal o cual manera y les responda: “Porque todo el mundo lo hace”, se encuentran ustedes frente a la “espiritualidad” del que se deja llevar. Va río abajo, no tiene importancia, todo el mundo lo hace…

Hay que remontar a la fuente y eso es difícil. Por supuesto que no hay que hacerlo por el simple gusto de ir contracorriente, de ser reaccionario. Se trata de ir a la fuente, ese es el objetivo. Obviamente hay personas a quienes no les gusta ir a la fuente, sino que lo que les gusta es ser reaccionarios, pero ese es otro asunto…Para remontar a la fuente es necesario, a veces, aceptar estar solo.

En nuestra vida cristiana necesitamos una fuerza muy grande para remontar a la fuente y no seguir la corriente “como todo el mundo”. Ahora bien, remontar a la fuente es adorar. Solamente por la adoración podemos remontar a la fuente. La ADORACIÓN EXIGE, PUES, UN ESFUERZO; no se adora como se respira o como se aspira el perfume de una flor diciendo: “¡Qué bonito huele!”. No se adora a Dios así. Hay gente que dice: “Orar consiste simplemente en ser uno mismo”. ¡Cuidado! Depende… ¿Qué quiere decir “ser uno mismo”? Se es uno mismo de muchas maneras: descansando, mirándose en el espejo, escuchando a los demás…y se puede ser uno mismo en lo más íntimo de nuestro ser.Remontar a la fuente exige un acto de voluntad. Es incluso, creo yo, el acto de voluntad más fundamental, de manera que, si nos falta voluntad, es porque no adoramos. Esto puede parecer sorprendente, pero es profundamente cierto. Una persona que no adora va errante, y, por consiguiente, necesariamente irá río abajo, por no tener voluntad. Para remontar a la fuente, es preciso quererlo. Para hacer un acto de adoración, es necesario quererlo. Por eso debemos tratar, durante el retiro, hacer esos actos de adoración: pidamos al Espíritu Santo que nos enseñe, porque es Él quién nos enseña a adorar. El predicador orienta, pero cuando lo hagamos, es el Espíritu Santo quien estará ahí para enseñarnos a adorar, para enseñarnos este acto elemental, pues la adoración es elemental en nuestra vida cristiana, es su fundamento.
Recordemos la palabra de Nuestro Señor: Cuando queráis edificar una casa -y todos edificamos una casa: nosotros, el templo de Dios-, no la edifiquéis sobre arena movediza porque entonces se hundirá. Descrubid la roca y edificad sobre ella. Adorar es precisamente descubrir ese contacto profundo con Dios, ese núcleo íntimo por el que dependemos de Él; es descubrir la presencia del Creador en lo más profundo de nuestro ser. Dios -según aquella expresión de San Agustín- está presente más íntimamente a nosotros que nosotros mismos. Es cierto porque Dios toma posesión de nosotros interiormente, no hay distancia entre Él y nosotros. Se trata, pues, de descubrir esta presencia, de descubrir esta fuente, la “fuente de agua borbotante” (Jn 4, 14) porque Dios es la fuente primera de donde brota toda luz y todo amor, de donde todo ser proviene.

¡Descubrir esa fuente…! No podemos hacerlo más que con la actitud amorosa de la adoración. El acto de adoración es, en efecto, un acto de amor, pero de un amor muy especial: es el amor radical que hay en nosotros mediante el cual nos ponemos en las manos de Dios. Sabemos que venimos de Dios y a Él volvemos, y entonces nos ponemos cara a Dios; por eso dije que el acto de Adoración es un acto de atención a Dios. Reconocemos que Dios está presente, y porque lo está, nos ponemos en la actitud normal de la criatura que quiere reconocer esta presencia de su Creador. Dios está presente en lo más íntimo de nuestro corazón, Dios está presente en lo más íntimo de nuestro espíritu, y lo reconocemos.

Esta adoración la hacemos con Jesús, la hacemos con María, siempre. No podemos adorar sin Cristo. “Separados de mí nada podéis hacer”. Y lo primero que Cristo nos enseña es la adoración, él ha venido para enseñárnosla. Cuando adoramos, adoramos, por lo tanto, con él, y María está siempre ahí…

Es muy importante comprender que no podemos adorar verdaderamente más que con Jesús, ya que se trata de una adoración “en espíritu y en verdad”, una adoración en el amor. Nos gusta estar cerca de Dios porque sabemos que Él nos ama y queremos descubrir este Amor primero con el que somos amados de manera única; y respondemos a este amor único con la adoración, con este gesto tan especial, tan personal. Cada uno de nosotros, en efecto, tiene su manera de adorar, su manera de amar; es lo que nos hace verdaderamente originales. EL hecho de buscar la originalidad en el exterior, prueba que no hemos comprendido que la verdadera originalidad es interior. Una vez que lo hemos entendido, lo exterior nos da igual, ¡es secundario! Lo que importa es esta originalidad profunda en nuestra manera de remontar a la fuente, de descubrir la presencia de Dios, de adorarlo. Ninguno de nosotros, cuando adora a Dios, lo hace del mismo modo que el de al lado, el hombre no es plenamente hombre sino cuando adora a Dios. Si deja de adorar, ello prueba que ha olvidado su característica, y eso es terrible: muy rápidamente caerá en el anonimato.

La adoración es, fundamentalmente, el acto más personal del hombre. Es primordial en el orden de la educación. Si no adoramos, el Espíritu Santo no puede educarnos. Si alguien pretende ser movido por el Espíritu Santo y no adora, podemos estar seguros de que se equivoca; la adoración es el gran criterio de discernimiento. Cuando alguien dice ser movido, iluminado por el Espíritu Santo, y, al preguntarle: “¿Tu adoras?”, responde: “No sé qué es eso”, podemos estar seguros que esto no viene del Espíritu Santo, sino de su imaginación. El Espíritu Santo solo puede actuar sobre nosotros si adoramos. La adoración es, pues, un acto muy importante que debemos descubrir, y ese es el objetivo del retiro.

(Extracto Pag 12 a 16 del libro “Seguir al Cordero” I, Retiro sobre el evangelio de San Juan, de Marie-Dominique Philippe, Ed. Palabra, colección Fuente Viva).

19 de junio de 2014

Semilla 218
FESTIVIDAD DEL CORPUS CHRISTI
Quiero dedicar un espacio de tiempo en el día de hoy, a entrar en tu presencia. Padre necesito de ti como el aire para respirar. Te presento las preocupaciones que estos días me rondan por la cabeza para que tú las tomes. Ahora quiero tratar de escuchar tu palabra en un total abandono a ti. Pongo mi vida en tus manos y escucho tu Palabra. Acompáñame en este día, búscame, quiero dejarme encontrar por ti, quiero entrar en tu casa, comer de tu banquete.

Comer de la carne y beber de la sangre de Jesús es participar de este derroche de amor que se nos brinda en el Espíritu de Oblación que el Padre nos ofrenda en su Hijo. Quiero formar parte de este Misterio de Entrega que como Jesús se hace carne traspasada en los herman@s, bebida que vence todas mis resistencias en la participación de una muerte segura en el día a día, para dejar de andar encerrad@s en nosotros mism@s y ser huella no de soledades, sino de curaciones internas donde otros están en coma, sufriendo, o aletargados por una vida que les ha anestesiado. Dame el valor de ser fuente de vida, sangre derramada para que otros tengan de esa misma vida que Jesús me ofrece a mí. Que como “otro” Cristo, ponga mi vida en tus manos.

Permanezco en tus luces Padre, en tu presencia, quiero recorrer el camino cotidiano que recorrió Jesús para llegar a formar parte de esta Eucaristía, donde la carestía es trampolín, promesa de plena Resurrección. Cuando recibimos la fuerza de lo Alto, podemos asumir ser ese pan que se deja comer, y esa bebida que se deja desparecer para calmar la sed del herman@ como hizo Jesús. Tengo hambre de ti.

Tengo necesidad de recibirte Jesús, de recibir tu palabra, de recibirte en la Eucaristía, tengo hambre y sed de tu Misericordia, de renovar la Alianza que Dios ha sellado conmigo. Y en cada Eucaristía tú Jesús me brindas la oportunidad de renovar ese pacto amoroso de Dios con mi alma, de renovar ese misterio de tu inefable amor para conmigo.

Gracias por la historia que has generado en mí que, como dice el Deuteronomio de hoy, enseña al pueblo de Israel que su paso por el desierto, no es simplemente una situación ajena a todo sentido sino un momento de prueba. Dios penetra mi corazón, se hace presente y me ofrece el sustento cuando paso penurias. Es una prueba que me purifica y me hace caminar en fe ciega; es una palabra que como dice el salmista se vuelve “lámpara para mis pasos” y “luz en mi sendero”.

Por este sacramento de la Eucaristía el Señor se me hace presente, no en una presencia simbólica, sino real que me da la libertad, ya no soy esclav@, Jesús ha abierto el Camino para mí porque él mismo se ha hecho comida y bebida, como dijo Santa Clara “El Hijo de Dios se nos ha hecho Camino”, Camino Abierto por el que “otr@s” pueden transitar.

Esta Festividad de hoy es la que más nos demuestra el “amor hasta el extremo”, hasta el fin, hasta la muerte en Cruz, hasta asumir y creer en la herida abierta de un costado que, como dice Cantalamessa en la predicación del Viernes Santo al Papa Francisco del pasado 2013, “abrió una brecha hacia la vida que nadie podrá cerrar jamás. La muerte ya no es un muro contra el que se estrella toda esperanza humana; se ha convertido en un puente, quizá un “puente de los suspiros”

Con los sentimientos de María damos gracias por la entrega y el pan de Jesús, por su Palabra que nos garantiza vida, mucha vida, “que salta hasta la vida eterna”. Atráenos María hacia la Eucaristía, tú primer tabernáculo viviente.
¿Y tú?, ¿querrás ser un “puente de los suspiros”?, ¿Querrás “ser para los otros un camino que se utiliza y olvida”? ¿Querrás ser “fiel hasta la muerte y recibir la corona de la vida”? Ójala el Hijo de Dios se haga Camino para ti! Que así sea. Amén.

Beatriz Elamado-Cantautora
Gandia (Valencia)